
Este escrito es un resumen muy esquemático de lo que he
podido entender y posteriormente comprobar por mis propias experiencias del
libro de Nico Hirtt cuyo título es “Los
nuevos amos de la Escuela. El negocio de la enseñanza”
Por este motivo, te invitó a leer el contenido de su ensayo,
pues, indudablemente, quedará mucho más clara la perspectiva realista que
quiero dejar ver en esta entrada.
La educación siempre ha
estado al servicio de la economía, nunca de sus aprendices y para comprobarlo
sólo debemos hacer un pequeño recorrido desde los años anteriores a la primera
revolución industrial hasta la actualidad.
Antes y durante el
siglo XVII, los centros escolares sólo reproducían a las elites, es decir, sólo
se encargaban de la preparación de éstas (ahora lo hacen las escuelas o
institutos privados más prestigiosos y las universidades), con la intención de
que se identifiquen con su clase social de origen (recordemos ahora los
estamentos sociales) y realicen las funciones dirigentes, asentando su poder
frente a las clases populares.
A finales del siglo
XVIII y principios del XIX se desarrolla la escuela primaria para romper con la
educación maestro-aprendiz de la Edad Media ya que había perdido su utilidad.
Ahora, se necesitaba más personal cualificado capaz de trabajar con máquinas o
en cadenas de montaje.
La escuela empezó a ser
un manantial de no solo conocimientos, sino de educación, disciplina y saberes
para la vida cotidiana y social. Mientras, el campo perdía importancia y el
modelo de familia tradicional se iba desintegrando (acordémonos del éxodo
rural).
Poco a poco se deja ver
la oreja del lobo entre tantos rebaños de progresos educativos que, en una
media verdad, se decían que eran para beneficio de la ciudadanía, lo que, junto
a la sobreexplotación y la miserable vida de una mayoría cada vez más
alfabetizada provoca una serie de revueltas y revoluciones.
Estos levantamientos en
contra de la clase que había sido su educadora, la bien nombrada burguesía,
instigan una reacción indirecta bajo la que se insta a las escuelas a que favorezcan
una cohesión social , es decir, una moral de Estado, como lo hizo la “Escuela
republicana” en Francia con la intención de hundir la educación proletaria
durante la Comuna de Paris que, además, buscaba crear en sus futuros ciudadanos
un aumento del patriotismo francés con la intención de prepararlos para la Gran
Guerra.
Una vez llegados a este
punto no haría falta seguir con más argumentos que den peso a la obvia
utilización de la escuela como ayudante de la política y la economía más
bestial, pero continúo con la ristra de evidentes evidencias (dada la
redundancia).
A partir del siglo XX
aumentan las industrias mecánicas y químicas, la administración pública y los
empleos comerciales que requieren de una mano de obra cualificada. La escuela,
pues, empezó a seleccionar quiénes, entre los hijos de los obreros, tendrían el
privilegio de continuar sus estudios secundarios (estamos ya en el aumento de
la importancia del sector terciario y, casualmente, antes de que todo se
tercie).
Después de la II Guerra
Mundial la función económica de la escuela aumentó (si aún podía hacerlo más).
La gran cantidad de innovaciones exigía un alto nivel de instrucción tanto en
trabajadores como en consumidores. Para ello, la escuela se masifico y también
lo hizo la enseñanza secundaria junto con la superior, todo ello sin dejar de
reproducir la estratificación social.
Poco a poco, con la
vuelta a la normalidad de la economía capitalista, es decir, con sus desplomes
inevitables y sus subidas intempestivas, la masificación se vuelve masificación
de fracasos escolares y repetidores, con otras palabras, se hace una selección
social en la que la única favorecida es la clase alta.
Actualmente, el papel
de la economía en la enseñanza es más fuerte que nunca… ahora se pretende
asegurar una flexibilidad del sistema educativo, abrirlo a la competencia, a la
privatización y que todo ello estimule al mercado.
Respecto a su función
de transmisora de saberes, función que parece haberse perdido a lo largo de
este escrito, sigue igual que en el siglo XIX. Sin embargo, lo que no sigue
igual ha sido el núcleo familiar que aun se ha desintegrado más, con lo que ha
perdido el poder de proveer de educación a sus descendientes, poder que ha sido
traspasado a la televisión con sus canales de telebasura y venenos de
ignorancia, convirtiendo a la escolarización en un pequeño antídoto que a
grandes rasgos parece funcionar.
Es indudable, a estas
alturas vertiginosas, que la escuela debe formar al productor e inculcar el
respeto hacia el sistema establecido, para ello, instaura valores morales que,
lejos de ser efectivos, favorecen el sometimiento a las leyes dictadas por la
minoría que ordena y manda sobre la mayoría de la población.
Si realmente queremos
formar ciudadanos conscientes de la realidad que les embiste no debemos, de
forma única, mostrarles los valores morales del sosiego y el perdón, sino más
bien de la comprensión de los mecanismos responsables de injusticias, de las
relaciones económicas que producen guerras, hambre, paro… y una visión más
racional y científica del mundo, por encima de los prejuicios y de ese
pensamiento único que nos idiotiza, instruye y taladra día tras día.
¿Y para qué DBERÍA
servir la escuela?
Realmente la enseñanza
sirve, o más bien indudablemente debería servir, para comprender el mundo con
la intención de cambiarlo, oponiéndose así a todo el sistema.
Todas las áreas de
conocimientos que se dan en la escuela, aunque parezcan inútiles, acarrean un
importante papel para entender la realidad más cercana y aquí dejo algunos
ejemplos aplicables.
Por una parte, nos
acordamos de la entrañable asignatura de historia, que, de no ser, para muchos,
nada querida, es capaz de enseña el amor a la patria, a las raíces culturales y
sociales colectivas con lo que favorece la comprensión de las luchas y
revoluciones.
Seguimos con sus
primas-hermanas, la geografía y la economía, que, como familia que son de la
primera, por un lado nos explican el dominio inevitable del mercado en la
producción y distribución de riquezas naturales pero por el otro lado nos insta
a ver el estropicio, el despilfarro y la desigual distribución que se aplica.
Apartándonos hacia las
áreas de ciencias y matemáticas, vemos que a pesar de transmitir una visión
deshumanizada y tecnócrata de la sociedad, nos ayudan a enfocar la realidad
liberándola de prejuicios y dogmas.
La lengua y la
literatura clásica, herencia indiscutible de la cultura burguesa, aporta un
dominio de la lengua, la organización de ideas, de análisis y síntesis,
contribuyendo, sin querer, a actuar eficazmente en la vida sindical asociativa
y militante; Y los idiomas, que responden a las necesidades de los patronos
ante la tan impotente globalización de los mercados, se pueden utilizar para
globalizar las luchas.
Finalmente, y no menos
importante, las prácticas en las empresas que están para inculcar el espíritu
competitivo y la flexibilidad de ritmos de trabajo, pueden usarse para abrir
los ojos y estimular el espíritu de rebeldía.
Pero todos estos
saberes necesarios ya no son, irónicamente, necesarios para el mercado, por lo
que tienden a desaparecer, como ha pasado con la filosofía o el arte (que no se
han nombrado antes porque es irrebatible que nos ayudan a entender el mundo, o
al menos a verlo desde otro punto “de fuga”). Todos ellos han sido pisados por
las competencias mínimas de enseñanza básica. Además, se tienden a reducir las
sesiones dedicadas a la escolarización pública y gratuita.
Las clases altas, con
esto de “menos escuela” completan los conocimientos que se han quedado colgados
con sus “ratos de ocio” que dedican a actividades privadas, motivo por el que
exigen a los centros educativos menos deberes o recortes en programas.
El último estamento
social, por el contrario, cuando los hijos/as vuelven a sus hogares se
encuentran con horas vacías sentados frente al televisor o navegando por
internet en aguas fangosas que no tienen nada de interés… viendo como sus
padres no han llegado a lo prometido “¡La escuela no sirve!” Piensan, y
están en lo cierto, a ellos no sirve, sirve al mercado y en bandeja de plata.
Los docentes, aunque
quieran sacar a sus “huérfanos” retoños de la ignorancia de la que son hijos ,
se encuentran con la impotencia de no tener las mismas manos que un pulpo ni la
capacidad ni los recursos y finalmente ni la moral ni el ánimo para seguir
empujando a los futuros ciudadanos contra la corriente que los arrastra.
Se podrían hacer miles
de reformas a favor de una verdadera educación, pero no conviene, no conviene a
la minoría, a la clase que no ve o no quiere ver hacia donde van aquellos que
son de su misma especie. Sin embargo, si se enmarcase dentro de una sociedad
diferente que dependa de la satisfacción de las necesidades de todas las
personas, de una sociedad justa, equitativa y llena de respeto que, en lugar de
verse como utópica (que es lo que quieren) se llevase a cabo a través de la
lucha conjunta, la educación sería, quizás, por primera vez.