miércoles, 26 de abril de 2017

¿Te has preguntado alguna vez PARA QUÉ y A QUIÉN sirve la educación?





Este escrito es un resumen muy esquemático de lo que he podido entender y posteriormente comprobar por mis propias experiencias del libro de Nico Hirtt cuyo título es “Los nuevos amos de la Escuela. El negocio de la enseñanza

Por este motivo, te invitó a leer el contenido de su ensayo, pues, indudablemente, quedará mucho más clara la perspectiva realista que quiero dejar ver en esta entrada.


La educación siempre ha estado al servicio de la economía, nunca de sus aprendices y para comprobarlo sólo debemos hacer un pequeño recorrido desde los años anteriores a la primera revolución industrial hasta la actualidad.

Antes y durante el siglo XVII, los centros escolares sólo reproducían a las elites, es decir, sólo se encargaban de la preparación de éstas (ahora lo hacen las escuelas o institutos privados más prestigiosos y las universidades), con la intención de que se identifiquen con su clase social de origen (recordemos ahora los estamentos sociales) y realicen las funciones dirigentes, asentando su poder frente a las clases populares.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX se desarrolla la escuela primaria para romper con la educación maestro-aprendiz de la Edad Media ya que había perdido su utilidad. Ahora, se necesitaba más personal cualificado capaz de trabajar con máquinas o en cadenas de montaje.

La escuela empezó a ser un manantial de no solo conocimientos, sino de educación, disciplina y saberes para la vida cotidiana y social. Mientras, el campo perdía importancia y el modelo de familia tradicional se iba desintegrando (acordémonos del éxodo rural).

Poco a poco se deja ver la oreja del lobo entre tantos rebaños de progresos educativos que, en una media verdad, se decían que eran para beneficio de la ciudadanía, lo que, junto a la sobreexplotación y la miserable vida de una mayoría cada vez más alfabetizada provoca una serie de revueltas y revoluciones.

Estos levantamientos en contra de la clase que había sido su educadora, la bien nombrada burguesía, instigan una reacción indirecta bajo la que se insta a las escuelas a que favorezcan una cohesión social , es decir, una moral de Estado, como lo hizo la “Escuela republicana” en Francia con la intención de hundir la educación proletaria durante la Comuna de Paris que, además, buscaba crear en sus futuros ciudadanos un aumento del patriotismo francés con la intención de prepararlos para la Gran Guerra.

Una vez llegados a este punto no haría falta seguir con más argumentos que den peso a la obvia utilización de la escuela como ayudante de la política y la economía más bestial, pero continúo con la ristra de evidentes evidencias (dada la redundancia).

A partir del siglo XX aumentan las industrias mecánicas y químicas, la administración pública y los empleos comerciales que requieren de una mano de obra cualificada. La escuela, pues, empezó a seleccionar quiénes, entre los hijos de los obreros, tendrían el privilegio de continuar sus estudios secundarios (estamos ya en el aumento de la importancia del sector terciario y, casualmente, antes de que todo se tercie).

Después de la II Guerra Mundial la función económica de la escuela aumentó (si aún podía hacerlo más). La gran cantidad de innovaciones exigía un alto nivel de instrucción tanto en trabajadores como en consumidores. Para ello, la escuela se masifico y también lo hizo la enseñanza secundaria junto con la superior, todo ello sin dejar de reproducir la estratificación social.

Poco a poco, con la vuelta a la normalidad de la economía capitalista, es decir, con sus desplomes inevitables y sus subidas intempestivas, la masificación se vuelve masificación de fracasos escolares y repetidores, con otras palabras, se hace una selección social en la que la única favorecida es la clase alta.
Actualmente, el papel de la economía en la enseñanza es más fuerte que nunca… ahora se pretende asegurar una flexibilidad del sistema educativo, abrirlo a la competencia, a la privatización y que todo ello estimule al mercado.

Respecto a su función de transmisora de saberes, función que parece haberse perdido a lo largo de este escrito, sigue igual que en el siglo XIX. Sin embargo, lo que no sigue igual ha sido el núcleo familiar que aun se ha desintegrado más, con lo que ha perdido el poder de proveer de educación a sus descendientes, poder que ha sido traspasado a la televisión con sus canales de telebasura y venenos de ignorancia, convirtiendo a la escolarización en un pequeño antídoto que a grandes rasgos parece funcionar.

Es indudable, a estas alturas vertiginosas, que la escuela debe formar al productor e inculcar el respeto hacia el sistema establecido, para ello, instaura valores morales que, lejos de ser efectivos, favorecen el sometimiento a las leyes dictadas por la minoría que ordena y manda sobre la mayoría de la población.

Si realmente queremos formar ciudadanos conscientes de la realidad que les embiste no debemos, de forma única, mostrarles los valores morales del sosiego y el perdón, sino más bien de la comprensión de los mecanismos responsables de injusticias, de las relaciones económicas que producen guerras, hambre, paro… y una visión más racional y científica del mundo, por encima de los prejuicios y de ese pensamiento único que nos idiotiza, instruye y taladra día tras día.

¿Y para qué DBERÍA servir la escuela?
Realmente la enseñanza sirve, o más bien indudablemente debería servir, para comprender el mundo con la intención de cambiarlo, oponiéndose así a todo el sistema.

Todas las áreas de conocimientos que se dan en la escuela, aunque parezcan inútiles, acarrean un importante papel para entender la realidad más cercana y aquí dejo algunos ejemplos aplicables.

Por una parte, nos acordamos de la entrañable asignatura de historia, que, de no ser, para muchos, nada querida, es capaz de enseña el amor a la patria, a las raíces culturales y sociales colectivas con lo que favorece la comprensión de las luchas y revoluciones.

Seguimos con sus primas-hermanas, la geografía y la economía, que, como familia que son de la primera, por un lado nos explican el dominio inevitable del mercado en la producción y distribución de riquezas naturales pero por el otro lado nos insta a ver el estropicio, el despilfarro y la desigual distribución que se aplica.

Apartándonos hacia las áreas de ciencias y matemáticas, vemos que a pesar de transmitir una visión deshumanizada y tecnócrata de la sociedad, nos ayudan a enfocar la realidad liberándola de prejuicios y dogmas.

La lengua y la literatura clásica, herencia indiscutible de la cultura burguesa, aporta un dominio de la lengua, la organización de ideas, de análisis y síntesis, contribuyendo, sin querer, a actuar eficazmente en la vida sindical asociativa y militante; Y los idiomas, que responden a las necesidades de los patronos ante la tan impotente globalización de los mercados, se pueden utilizar para globalizar las luchas.

Finalmente, y no menos importante, las prácticas en las empresas que están para inculcar el espíritu competitivo y la flexibilidad de ritmos de trabajo, pueden usarse para abrir los ojos y estimular el espíritu de rebeldía.

Pero todos estos saberes necesarios ya no son, irónicamente, necesarios para el mercado, por lo que tienden a desaparecer, como ha pasado con la filosofía o el arte (que no se han nombrado antes porque es irrebatible que nos ayudan a entender el mundo, o al menos a verlo desde otro punto “de fuga”). Todos ellos han sido pisados por las competencias mínimas de enseñanza básica. Además, se tienden a reducir las sesiones dedicadas a la escolarización pública y gratuita.

Las clases altas, con esto de “menos escuela” completan los conocimientos que se han quedado colgados con sus “ratos de ocio” que dedican a actividades privadas, motivo por el que exigen a los centros educativos menos deberes o recortes en programas.

El último estamento social, por el contrario, cuando los hijos/as vuelven a sus hogares se encuentran con horas vacías sentados frente al televisor o navegando por internet en aguas fangosas que no tienen nada de interés… viendo como sus padres no han llegado a lo prometido “¡La escuela no sirve!” Piensan, y están en lo cierto, a ellos no sirve, sirve al mercado y en bandeja de plata.

Los docentes, aunque quieran sacar a sus “huérfanos” retoños de la ignorancia de la que son hijos , se encuentran con la impotencia de no tener las mismas manos que un pulpo ni la capacidad ni los recursos y finalmente ni la moral ni el ánimo para seguir empujando a los futuros ciudadanos contra la corriente que los arrastra.

Se podrían hacer miles de reformas a favor de una verdadera educación, pero no conviene, no conviene a la minoría, a la clase que no ve o no quiere ver hacia donde van aquellos que son de su misma especie. Sin embargo, si se enmarcase dentro de una sociedad diferente que dependa de la satisfacción de las necesidades de todas las personas, de una sociedad justa, equitativa y llena de respeto que, en lugar de verse como utópica (que es lo que quieren) se llevase a cabo a través de la lucha conjunta, la educación sería, quizás, por primera vez.

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