Hoy he visto la tristeza, el odio y la impotencia en los ojos
inocentes de una niña, que empañaba sus pestañas con gotas de incomprensión.
Sentada en el suelo, sola, lloraba sin remedio, sin llanto, las
gotas caían de sus ojos como lluvias de marzo.
Me acerqué a ella, obviamente.
-¿Qué te pasa?
+Nada.
- Dame la mano, vamos, levanta.
+ Quiero estar sola.
Me acerqué a ella, obviamente.
-¿Qué te pasa?
+Nada.
- Dame la mano, vamos, levanta.
+ Quiero estar sola.
Miré su rostro y con una caricia, forzandola con cariño, le pedí que levantara la mirada. Le limpie las lágrimas.
- Eres muy joven para estar tan triste.
De repente sus ojos se clavaron en los mios, nunca nadie me había mirado así. Atravesó mi alma.
-¿Seguro que quieres estar sola?
El universo con el que me había alcanzado respondió antes que ella.
-Dame la mano.
Me dio lo que le pedía.
Sin duda algo había visto u oído que la había aliviado y claramente, no fueron mis palabras.
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